Alessandra

Cuerpo Europeo de Solidaridad

Era el 21 de septiembre de 2024 cuando, con tres maletas más grandes que yo, llegué al aeropuerto.

Bilbao se presentó en su lengua materna: la lluvia. Desde aquel día, nunca he dejado de buscar una manera de entenderla, descifrarla, a veces incluso anticiparla. Esa misteriosa lengua… presuntuoso por mi parte.

Todo habla y cada cosa tiene su propio lenguaje. Ese es el juego de la vida y de las experiencias que los guionistas de mi historia han decidido que viva.

Soy Alessandra Fornaro y mi lengua materna es el italiano. Me adapto a hablar inglés, estoy aprendiendo castellano y trato de cruzar la calle entre los múltiples semáforos que esta vida, divertida pero también delirante, parece ofrecerme.

Claramente, hablo otros idiomas: entiendo cuando un niño ha tenido un mal día, dejo pasar primero a una señora con prisa en la fila del supermercado, sé cuándo debo quedarme en silencio y escuchar a una persona que habla consigo misma en lugar de conmigo. Quizás no sean lenguas reconocidas, pero son las que me permiten seguir adelante cuando hablar me resulta difícil o imposible.

Por ejemplo, comprender cuándo es el momento de dejar de regar una planta, cuándo hay que "soltar" y dejarla morir, también es una forma de comunicación. No es fácil, sin embargo, en mi currículum, en la sección "habilidades", está escrito que tengo una gran capacidad de comunicación a través del cuerpo: con las manos, los brazos, las cejas, los ojos. Me encanta expresarme con la música (de otros, porque lamentablemente no toco ningún instrumento) y con todo lo que amo, solo para hacerme entender y para tratar de comprender lo que sucede a mi alrededor. Escribir sobre las propias experiencias personales es otro tipo de lenguaje. Intentaré hacer una fotografía de lo que, hasta el día de hoy, es mi telenovela.

Vivo en una casa con dos voluntarios más, cerca del casco viejo de Bilbao: Nanuka y Michalis, dos jóvenes provenientes de Georgia y Grecia, respectivamente. La casa tiene una cocina, un salón, un pequeño balcón, dos baños y una habitación para cada uno de nosotros. Desde que vivimos allí, estamos escribiendo otro capítulo de la vida en las paredes de ese apartamento, que ha visto pasar muchas almas un poco perdidas como las nuestras.

Estamos en un cuarto piso y nuestra vista da al tejado del edificio de enfrente. Me encanta desayunar mirando las tejas rojas de ese techo. La vista desde el balcón también permite ver un pedazo de monte, otro elemento madre de la identidad de esta ciudad. Recuerdo aún cuando, por turnos, todos nos asustamos al ver un búho en la ventana de enfrente, para luego darnos cuenta de que era falso… inquietante.

La casa es un espacio donde el lenguaje es complicado, donde hablar no es solo comunicar: es compartir, es desnudarse y, a veces, ponerse ropa que solo sirve para cubrir emociones, pensamientos, fases de la propia vida. La casa es el único lugar donde uno puede mostrarse tal cual es, y la convivencia entre personas de orígenes, culturas, lenguas y formas de afrontar la vida completamente diferentes me hace pensar que esta es una prueba de resistencia. Entre nosotros estamos acuñando nuestro propio código de comunicación, que nos lleva a preguntarnos cuán largo es el camino para conocerse a uno mismo y conocer al otro.

La razón por la que estas tres personas se han encontrado compartiendo el mismo techo en este preciso momento de sus vidas es que hay algo que los une: quieren vivir y cambiar el rumbo de su camino abriéndose al mundo.

El voluntariado abarca muchas facetas y todas están conectadas con el lenguaje. En mi voluntariado con Kiribil Sarea, trabajo en un centro juvenil en un pueblo llamado Etxebarri, un espacio dedicado a niños y jóvenes que, en su momento, fueron niños a los que también se les dio la oportunidad de tener un punto de encuentro donde expresarse y mucho más. Tarrasta Gaztegune es el nombre de este espacio donde se entrena el ser parte de una comunidad, un gimnasio para participar, dar espacio a la creatividad, respetar las tradiciones, aprender, crecer, abordar temas importantes con la práctica. Trabajamos en diferentes proyectos que también tienen un impacto en la comunidad del pueblo.

Tarrasta es un proyecto que forma parte de una Fundación llamada Harribide, la cual comprende otros proyectos que involucran a diferentes grupos de edad. Por esta razón, todo lo que trabaja dentro de este pueblo, Etxebarri, juega un papel activo dentro de la sociedad y la comunidad. 

Al mismo tiempo, trabajo en la oficina de Kiribil con Michalis y Nanuka en proyectos relacionados con lo que la Unión Europea ofrece a los jóvenes. Esto implica trabajar en grupo y también realizar encuentros formativos en institutos de educación secundaria.

Mi experiencia como voluntaria europea es un abanico de vivencias, todas girando en torno a la constante búsqueda de un sinfín de lenguajes. Mi objetivo, antes de hablar castellano como debería, es conectar lo máximo posible con las personas que me rodean y sus historias. No siempre es fácil encontrar la manera correcta de comunicarse, y podría llenar una biblioteca con momentos embarazosos.

Vivir en otro país donde se hablan tantas lenguas no es tan fácil como lo cuentan. Una vez, mi psicóloga me dijo: "Estás en una jungla donde no conoces nada, poco a poco te adaptarás." Esta jungla en la que he aterrizado está llena de colores que se alternan en momentos extremadamente rápidos y, al mismo tiempo, lentos.

La cultura vasca es decididamente combativa, única y fuerte. Me enamoré de ella desde el momento en que, para darme un simple "Ongi etorri", me recibió con una lluvia de la que todavía hoy se habla. La cultura de Euskadi es mágica, y se percibe en la forma en que las personas que viven en esta tierra, que protegen cada día, afrontan su cotidianidad.

Lo que estoy aprendiendo es el amor por la resistencia a las propias raíces, a la propia identidad; el compromiso que todos invierten dentro de la comunidad, por pequeña o grande que sea, es absolutamente admirable.

La manera en que esta ciudad comunica es particularmente especial, y yo estoy intentando no solo comprenderla, sino también amarla, aunque sea en una mínima parte de lo que ellos la aman. Bilbao es una joya preciosa en el norte del País Vasco, una ciudad llena de arte, naturaleza, una gastronomía de la que están especialmente orgullosos, una historia futbolística que demuestra lo fiel que este pueblo es a sí mismo, y mucho más.

Aquí, como mujer joven, solo puedo escuchar lo que este mundo tiene para ofrecerme: tratar de disfrutar los días de lluvia, llevar siempre un paraguas conmigo, subir la montaña con el calzado adecuado, disfrutar la tormenta y las olas altas del océano, y apreciar lo mucho que una experiencia de voluntariado puede darme.

No importa cuántos idiomas hablen los niños, cuán diferente sea su contexto de crecimiento o cuán distinta sea su educación y formación de lo que he descubierto, estudiado y con lo que he trabajado en mi vida: los niños y los jóvenes siempre serán maravillosos elementos dentro de un contexto que debería permitirles ser partícipes de su propio crecimiento.

No sé cuánto están aprendiendo de mí los jóvenes de Tarrasta, pero yo, sin duda, aprendo muchísimo de ellos. Me enseñan la importancia de participar cuando me buscan, cuando me miran, cuando preguntan por mí, cuando me regalan su tiempo, cuando juegan conmigo, cuando me llaman "pesada", cuando a veces bromean sobre mí como lo hacen con todos los demás monitores. Me enseñan que siempre se puede encontrar la manera de ser uno mismo y seguir siendo fiel a lo que se es, incluso cuando todo alrededor cambia.

Mi telenovela está llena de giros inesperados, momentos altos y bajos, y personajes que hacen que esta experiencia sea no solo un viaje, sino un capítulo de mi historia, muy divertido y absolutamente impredecible.